viernes, 23 de octubre de 2009

Dedos


Anoche soñé que no tenía dedos.
Tenía dedos sí, pero hasta la mitad. Dedos cortitos como muñoncitos delicados, diminutos.
Toda mi vida en el sueño era buscar mis dedos que había perdido.
Iba con un amigo de concordia en un cuatro ese blanco buscando mis dedos.
Había un encuentro de candombe en la plaza del barrio.
Todos tocaban los tambores menos yo, porque no tenía dedos. Y no tenía tiempo además, totalmente inmiscuida en la búsqueda de ellos.
En las calles, las publicidades reproducían rostros de amigos. Y yo decía desde cuándo tal o cual es modelo. Nadie me contestaba. El mundo era sólo tambores y cielos atardecidos.
En el medio de la plaza una carpa blanca repartía comida árabe. Desde el auto vi a mi mamá comiendo un shawarma con un saquito de crochet. Yo le gritaba detrás de la ventanilla pero no me escuchaba. No tener dedos era como no tener voz en ese encuentro donde todo era sonido de dedos y dedos sobre el cuero.
Estaba atrapada en mi constante desconsuelo. En mi mutilación estancada.
Después encontré mis dedos, los que había perdido hace años todavía con sangre. Quise incrustrármelos en los muñones al mejor estilo César Aira, pero nada.
Mi amigo del auto me dice que ya no sirven. Que si no están podridos esos dedos mis muñones sí estarán podridos. Que tendría que haberme acostumbrado a la ausencia.
Me desperté buscando la sangre en la almohada. Camino al profesorado estuve todo el tiempo mirándome las manos. Una vez en un accidente de violentas puertas se me salió la punta de un dedo, me quedó abierta como una tapa, como un arma super secreta de inspector gadget.
No sé qué obsesión tengo con los dedos.
No quiero seguir soñando con ellos.

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