martes, 8 de septiembre de 2009

Reynaldo se llevó el mar

Reynaldo Arenas conserva el mar. Ya lo dice su nombre. Era un hombre condenado a permanecer en las orillas. Reynaldo fue perseguido por la revolución que tanto supimos querer.

Reynaldo fue encarcelado por puto o por poeta en una revolución que decía cumplir los sueños de todo el mundo. No sólo a Federico le pasaban estas cosas. Las injusticias pululan también en aquellos sitios que amamos.
Por suerte Reynaldo nunca calló su voz y habló. Emigró de la mano de su amante el mar, porque digan lo que digan jamás podrán sacarle el mar a este poeta que era la voz de muchos oprimidos por el sistema...saboreados por el otro sistema.
Se suicidó en 1990 en Nueva York, de triste, o de enfermo, vaya uno a saber. Pero nadie nunca le quitará el mérito de contradecir a la vida, de cambiar la vida, de llevarse el universo por delante para encontrarse a sí mismo.
"Mar" Reynaldo Arenas
Ya no tenemos el mar,
pero tenemos voz para inventarlo.
No tenemos el mar,
pero tenemos mares que no podremos olvidar:
El mar encrespado de la cólera,
el mar viscoso del destierro,
el fúlgido mar de la soledad,
el mar de la traición y el desamparo.
No tenemos el mar,
pero tenemos mares.
Mares repletos de excrementos
mares de gomas de automóviles
donde empecinadamente deriva un esqueleto
(las falanges aún aferradas a la cámara
y el fragor de la metralla en el oleaje).
No tenemos el mar,
pero tenemos mares.
Mares de inescrupulosos traficantes,
mares de esbirros disfrazados de bañistas
y profesores que comercian con el crimen,
mares de playas convertidas en trincheras,
mares de cuerpos balaceados
que aún retumban en nuestra memoria salpicándola.
No tenemos el mar,
pero tenemos náufragos,
tenemos uñas, tenemos dedos cercenados,
alguna oreja y un ojo que el ahíto tiburón no quiso aprovechar.
Tenemos uñas,
siempre tendremos uñas
y las aguas hirvientes de las furias,
y esas aguas, las pestilentes, las agresivas aguas,
se alzarán victoriosas con sus víctimas
hasta formar un sólo mar de horror, un mar unánime
un mar
sin tiempo y sin orillas sobre el abultado vientre del verdugo.
(Nueva York, noviembre de 1983)


No hay comentarios:

Publicar un comentario

anduvieron conmigo