sábado, 8 de agosto de 2009

Revoluciones


Nunca maldije la noche que vine al mundo. Nunca maldije el mundo que me vio la piel. La piel, la que me hace débil y vulnerable a cualquier sentimiento humano. Nunca odié las revoluciones que no existieron. Siempre preferí creer en la palabra antes que en el silencio, que dice abarcar la todo o la nada parida al desvarío. Nunca dejé de amar la lluvia ni el cielo que ampara la tierra, que se come la risa y la tristeza, y la poca paciencia y lo que vuela.

Nunca nadie maldijo venir a un mundo alquilado por un dios tan pequeño. Todos nos creímos gigantes pudiendo soñar otras ciudades, otros masallaces totalmente ebrios, otros mares más infininitos y más serenos. Nunca pedimos permiso para llorar y nunca nos dio verguenza nuestro corazón. Fuimos lo único posible en un lugar que derramaba vida por cada costado.

Algunos cuidamos el alma para que alguna vez nos lleve volando. Otros cuidamos el cuerpo para atarnos al deseo y padecer de amor sobre la tierra que gira...

Nunca odie las revoluciones que nunca fueron. Siempre preferí creer en la palabra. La palabra no necesitaba ni cuerpo ni alma para ser recordada u olvidada. La palabra fue un dolor que no acabó. Siempre, siempre está ahí para ser nombrada.

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